Inicio Política «Solo nos faltan inundaciones»: de la pandemia al terremoto en CDMX

«Solo nos faltan inundaciones»: de la pandemia al terremoto en CDMX

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Los habitantes capitalinos se vieron soprendidos por el movimiento de magnitud 7.5 registrado en plena pandemia y a menos de tres años del terremoto de 2017.

Apenas pasaron 20 minutos desde que Brando Jorge Rodríguez, de 23 años, abandonó el hospital Obregón, en la Condesa, cuando sonó la alarma sísmica. El joven había llegado con una familiar a la que ingresaron por un problema estomacal y ya se estaba retirando. Pero entonces llegó la alarma.

Instintivamente se dio la vuelta. “No sentimos nada de movimiento, creímos que igual se activó. Pero de repente se empezó a escuchar cómo tronaba y todos empezaron a correr”, explica.

Son las 12:50 horas, ya han pasado más de dos horas desde que las calles de la Ciudad de México temblaron. Doctores y enfermos ya han regresado al interior del nosocomio pero en el exterior queda la intranquilidad. 

Pandemia por COVID-19. Sismo de 7.5 grados. ¿Qué más puede ocurrir en este 2020 del que solo llevamos medio año y parece decidido a golpearnos sin piedad?

“Ahora sí que todo se está juntando”, dice Rodríguez. “Me siento preocupado por mi familiar y su estado de salud, por la pandemia, el temblor, estar aquí y poder contagiarnos”.

El joven está sentado en un banco. Espera para asegurarse de que todo está bien. A su alrededor hay más familiares. Hace menos de una hora, toda la calle estaba ocupada por pacientes y doctores, incluso los médicos que atienden coronavirus fueron desalojados.

Ahora parece que la (nueva) normalidad se impone y en esta calle solo espera el grupito de habituales con un paciente en el sanatorio. En este caso, un poco más juntos y con algunos abrazos prohibidos por el coronavirus, pero de urgente necesidad después de que la tierra tembló. 

La memoria de 2017 está todavía fresca. Rodríguez cuenta que entonces lo agarró estudiando. “La paredes crujían e igual, estuvo muy feo”. El joven lleva tres meses sin pisar la universidad. Estudia medicina, le queda un semestre para tener su primer contacto con un hospital. “Esta carrera es de riesgo. Estamos preparados para exponernos ante enfermedades”, dice.

El exterior de los hospitales fueron el lugar que simbolizó la unión de dos traumas. Por un lado, el de la COVID-19, que ha provocado 23 mil 377 muertes. Por el otro, un sismo que aviva la memoria de 1985 y de 2017.

Ambos fenómenos nos hablan de fragilidad. La enfermedad nos recuerda que el cuerpo no es invencible y el terremoto, que todo lo que hemos construido puede venirse abajo en cuestión de segundos. No. Definitivamente, no tenemos todo bajo control.

¿Nos faltan inundaciones, no? Está difícil, pero vamos a seguirle”. Enrique Hernández trabaja en una de las obras de uno de los edificios del Poder Judicial en la colonia Doctores. Con sus pantalones manchados de pintura, pone voz a la ironía y el optimismo mientras hace tiempo. Todavía no los dejan entrar, están los funcionarios de Protección Civil evaluando los daños.

Después de una pandemia y un sismo, lo que falta es que el agua inunde las calles. Cuidado, porque en Yucatán ya están sufriendo los envites de la tormenta “Cristóbal” y la llegada del polvo del Sáhara. 

Quizás sea la costumbre de hacer frente a tragedias, pero, dos horas después del temblor, las calles de colonias como la Doctores, la Roma o la Condesa se acomodaban a la nueva normalidad sin tener que lamerse excesivas heridas de guerra. Los verdaderos damnificados están en Oaxaca. Aquí el daño es moral, pero después del shock de las 10.30 llega la digestión del mediodía. A todo se acostumbra uno. 

“Se sintió bastante cabrón. Este tronó bien feo”, dice Fidel Yedras, de 60 años y trabajador de seguridad en una vivienda en la calle Medellín, justo al lado de uno de los edificios con los vidrios destrozados. La construcción está vacía desde 2017, cuando ya resultó dañada y nadie se fiaba de regresar. Dice el hombre que ya avisaron al dueño, pero que dentro no queda nada. Lo que no se llevaron los que rentaban antes se lo llevó después la gente que sabía que estaba vacío.

A Yedras no le preocupa ni el sismo ni la pandemia. Es de los mexicanos, todavía los hay, que no cree en la existencia del coronavirus. “Esto es zona sísmica. Y la pandemia es lo que manejan las autoridades como les convienen. Entre más asustada este la ciudadanía, más les conviene”.

Cuenta el hombre que su hermana falleció hace 15 días en la Iztacalco. Sacó las llaves para entrar en casa y no le dio tiempo a meterlas en la cerradura. Un infarto fulminante. “A pesar de ello, está dentro de la estadística que el gobierno maneja”, asegura, convencido, el hombre. Cree que cuantas más víctimas el gobierno ingresa créditos que maneja a su antojo. Y nadie puede moverle de su creencia. Su argumento de autoridad: vayan a Santa Lucía y vean.

Regresamos a los hospitales. En este caso, al Hospital General, en la colonia Doctores. Ahí está Víctor Andrade, al quien el temblor lo sorprendió en el transporte llegando desde la colonia La Cebada, en Xochimilco. Dice que tiene que hacer un trámite relacionado con un familiar que está ingresado por COVID-19 pero que no les permiten entrar. Lógico. Cuando empezó a temblar salió todo el personal de la zona exclusiva de coronavirus con sus overoles y todo. Así que necesitan tiempo para sanitizar. 

“Debemos esperar aquí, pero no podemos estar distanciados, ya se hizo el caos”, protesta. Ante él, un puñado de gente, todos bien juntos, lidiando con la seguridad del nosocomio. Y a tres metros, un predicador evangélico vaticinando el fin del mundo. 

Dentro del hospital estaba Melanie Cortés, de 23 años. Dentro de poco se enfundará su bata blanca como pasante pero ahora llegó al nosocomio para los trámites administrativos. 

“De repente empezó a moverse el hospital. Empezaron a decir que nos pegásemos a las paredes. Los cristales empezaron a sonar, y las lámparas, se me nubló la vista y le dije a un chico que me iba a desmayar. No sé si fue mi percepción o duró mucho, pero se me hizo eterno”, afirma. 

La joven mide su tiempo por ausencias a clase. Primero, dice, las huelgas. Después, la pandemia. “Nos faltaba un sismo”, asegura.

Su temor es ahora septiembre. “Hay tradición de sismos trágicos. Esperemos que no se cumpla”, dice. 

Ante la pregunta de “qué más podría ocurrir”, la cultura colectiva responde: “un terremoto”. Porque dentro de las tragedias posibles y en medio de la pandemia, eso era lo que podía ocurrir. 

Lo explica María Del Carmen García, vendedora de licuados en la calle Coahuila. Todos los días desde hace 37 años se levanta a las seis de la mañana y coloca su puestito en la esquina. Ahí vivió el terremoto de 1985, el de 2017 y el de ayer. En la misma esquina, con sus naranjas y sus mangos, vendiendo jugos. 

“Este se sintió fuerte. Yo me espanté. Oír la alarma me espanta. No me fijo bien en lo que pasa. Me da, no pánico, pero sí me espanta”, explica.

Ya lo decía su marido, argumenta la mujer, “nada más nos faltaba un temblor”.

Sin tener que lamentar daños personales, lo que ahora sacude a esta mujer es la economía. Nunca se encerró porque “si me encierro me vuelvo loca” y “si no trabajo no como”, pero las ventas han bajado hasta los niveles del suelo que tembló. 

¿Qué más puede pasar?

“Yo prefiero no pensar. Seguir adelante y vivir”.