En el piso de aquél devastado sótano, se encontraba marcado un pentagrama dentro de un círculo
Por más de tres meses aquella anciana, habitante Anáhuac, en Cuauhtémoc, había escuchado los extraños ruidos provenientes de la construcción abandonada a un lado de su casa; a ratos eran tintineos de campanas, en ocasiones el sonido de cadenas y, sin variar, cánticos graves, cual coro gregoriano. Fue de casualidad cuando por primera vez escuchó aquella grotesca serenata, pues fue una noche de verano, cuando agobiada por el calor, doña María no pudo dormir y decidió salir al patio a fumar un cigarrillo con la esperanza de que el efecto de la nicotina le ayudara a sentirse un poco más relajada.
Cada dos semanas aquellos ruidos se repetían como la primera noche en que los oyó, cuando luego de ponerse su bata y salir de su casa, observó como los muros de ladrillo reflejaban la luz de lo que parecía ser una hoguera encendida en el interior de aquella tapia.
Hasta entonces había guardado silencio sobre lo que veía y escuchaba, sin embargo, terminó por confesar este hecho a Gertrudis, su vecina, quien le contó que últimamente había tenido problemas para dormir y había escuchado siniestros ruidos provenientes del abandonado edificio.
Tras esa corta conversación, ambas mujeres hicieron correr la voz de lo que en el lugar ocurría, y no tardaron los metiches que, más curiosos que prudentes, se adentraron en el lugar para indagar sobre lo que podría estar ocurriendo. Fue entonces cuando se supo que la construcción tenía sótano, y dentro de este, fueron hallados decenas aves y animales decapitados, todos ellos de color negro.
Uno de los exploradores describió que en el piso de aquél devastado sótano, cuya puerta encontró oculta detrás de una pared falsa, se encontraba marcado un pentagrama dentro de un círculo y, allá, en uno de los muros, un dibujo de un demonio con cuernos de carnero.
Llamó sobre todo la atención el hecho de que aquella tapia, contara con un sótano, pues esta característica era extraordinaria en las casas de la colonia, originalmente habitada por trabajadores de la compañía “Celulosa”.
Tras una noche de oscuros cánticos y ya comunes ruidos provenientes del lugar, no conformes con lo descrito, doña María se hizo acompañar de su hijo Pablo y dos amigos de éste, Lázaro y Rogelio. El pequeño grupo se adentró al lugar al siguiente día para ver con sus propios ojos lo que se había comentado sobre el lugar. Era alrededor de las seis de la tarde cuando, equipados únicamente con un par de linternas, ingresaron al lugar y recorrieron los pasillos del edificio.
La mencionada falsa pared estaba corrida y frente a ellos tuvieron a la vista aquella empinada escalera por la cual juntos descendieron. Un terrible espanto les hizo retroceder instintivamente cuando ya al pie de la escalinata, al iluminar al fondo del sótano, descubrieron colgados de una viga tres cuerpos cubiertos por túnicas negras.
A punto de sufrir un paro cardiaco, doña María intentó volver por donde llegó, pero no bien dio un par de pasos, cuando cayó en seco al tropezar con un cuarto cuerpo tendido sobre el piso. Para sorpresa del improvisado grupo de exploradores, el sujeto que yacía en el frío suelo de cemento parecía estar aún con vida.
Apenas acabando de retirarse la ambulancia y los oficiales ministeriales del lugar, el rumor de un supuesto pacto satánico comenzó a difundirse en cada casa de Anáhuac. Se dijo entonces, que aquellas muertes habían sido el resultado de un pacto entre los miembros de una oscura cofradía.
A la fecha, se sigue diciendo que los individuos ofrecieron sus vidas voluntariamente en nombre de Satanás, sin embargo, al ver la muerte de cerca, uno de los participantes se retractó en el último momento y logró cortar la cuerda de la cual colgaba, logrando sobrevivir con daños en sus cervicales y vías respiratorias.
Y aunque apenas logró evadir a la muerte, quedó maldito de por vida, pues afirman que hasta el final de sus días, sus hermanos de culto lo atormentaban por las noches, exigiendo que cumpliera con su pacto y, al igual que ellos, se colgara de aquella viga al final del sótano.
FUENTE: El Heraldo de Chihuahua