Sólo 1% de las mujeres indígenas logra estudiar en la universidad y, cuando llegan al mercado laboral, tienen 43% menos probabilidad de tener un cargo directivo, revelan investigaciones de la UNAM y Oxfam.
Apenas la vio, su abuela notó su quebranto. Arcelia García Santiago no quería volver a la universidad. Sus huipiles, enaguas y refajos binnizá; el acento propio de alguien cuyo idioma natal no es el español sino el zapoteca, eran objeto de burla. Y cuando por primera vez se puso un par de jeans, se sintió vulnerada. En ese contexto, eran como un disfraz.
Esos días de vacaciones escolares, de regreso a la sierra norte de Oaxaca, en Capulálpam, su abuela le dio su tiempo. La curó de tristeza y de susto “con rituales sanadores”. Luego le dijo que regresara a la universidad en Nuevo León. “Vas a ser la primera de la familia en tener un título. Quiero que te esfuerces, porque no es sólo por ti, sino por las otras mujeres”.
Arcelia García Santiago es ahora psicóloga social y abogada. Es la coordinadora en este país de la Alianza de Mujeres Indígenas de Centroamérica y México. Es también una de las candidatas a presidir el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred).
El problema no es encontrar a una mujer indígena con el perfil para un alto cargo en el gobierno o una empresa. El problema es que quienes lo cumplen desafiaron una serie de desigualdades. Y la mayoría se quedó en el camino, es decir, en el desempleo o en puestos de bajo salario.
El tema es complejo, dice Naxhielly Espíndola, del Colectivo Juvenil Intercultural Nuestras Voces. El perfil que busca la Asamblea Consultiva del Conapred para la presidencia del organismo lo demuestra: mujer indígena, con liderazgo, capacidad de gestión, experiencia en el diálogo público, autoridad para exhibir y sancionar actos discriminatorios, etcétera.
Y, según lo mandata la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, debe contar con título profesional. La cuestión es que sólo 1% de las mujeres indígenas logra acceder a la educación superior. Esto, de acuerdo con investigaciones de la socióloga Lorenza Villa Lever.
En junio pasado, la titular del Conapred, Mónica Maccise, renunció al cargo tras una polémica por la convocatoria a un foro. El tema era el racismo y el clasismo. Entre los ponentes se encontraba un youtuber que suele emitir expresiones racistas, clasistas y misóginas.
Luego de su salida, el presidente Andrés Manuel López Obrador indicó que la próxima presidenta del organismo sería una mujer indígena. Eso sería una oportunidad “histórica” y un nombramiento simbólico, opina la diputada federal Irma Juan Carlos. Ella es la presidenta de la Comisión de Pueblos Indígenas.
Hasta ahora, tanto en la iniciativa privada como en el gobierno, predomina un estereotipo de directivo o ejecutivo: “hombre, güero, con una imagen considerada buena según los cánones occidentales, que habla bien y se sabe defender en todos los aspectos”, señala la legisladora.
El piso pegajoso
En México, si el idioma materno de una persona no es el español, sino uno indígena, tiene 140% más probabilidad de trabajar en un empleo de baja calificación y remuneración. De acuerdo con el estudio Por mi raza hablará la desigualdad, de Oxfam, el color de piel, el idioma y la cultura a la que se pertenezca definen en gran parte el futuro laboral de la gente en este país.
Según el documento, sólo 2% de las personas indígenas llegarán a dirigir una empresa o conseguirán un puesto directivo en el gobierno. La información que utilizaron los especialistas de Oxfam proviene de la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis) 2017.
También indica que las mujeres indígenas de tez morena tienen 43% menos probabilidad de alcanzar esos puestos. Así que ese 2% seguramente estará conformado por hombres.
“De manera histórica se nos ha visto como alguien inferior”, dice Irma Juan Carlos. La labor que la sociedad le asigna a los hombres es de campesino o albañil, agrega. “Y a las mujeres, trabajadora del hogar. Yo lo fui, no logré escapar de eso”. Al menos no al inicio.
La diputada es indígena de la región chinanteca de Oaxaca. Tiene una Maestría en Manejo y Conservación de Bosques Tropicales y Biodiversidad por el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE) en Turrialba, Costa Rica.
De acuerdo con la organización Oxfam, seis de cada 10 personas indígenas no terminaron la educación secundaria. Esto, en el argot del mundo empresarial es conocido como “piso pegajoso”. Es decir, es difícil que puedan desprenderse de una base que les atrapa e impide su desarrollo.
Como indica la ley, quien presida el Conapred debería tener al menos una licenciatura. Pero para eso “el primer reto es migrar a los lugares donde están las universidades. Dejar familia, seres queridos, comunidad e impulsar una nueva vida en un sitio ajeno a ti, donde eres víctima de discriminación”, apunta Arcelia García.
Techos de cristal blindado
El Conapred se encarga del combate a diferentes tipos de discriminación, no es una responsabilidad menor, comenta Naxhielly Espíndola. Sin embargo, la joven indígena mixteca cuestiona qué tanto los requisitos de la Asamblea Consultiva “contribuyen a perpetuar una estructura desigual. La cual ha hecho que sean pocas las que pueden tener una experiencia acumulable”.
Es momento de replantearse la idea de seguir midiendo las capacidades y el potencial de desarrollo de la misma manera a todas las personas. “No todas lograron llegar a la universidad o titularse. Pero llevan años trabajando y movilizando a su comunidad”.
Paradójicamente, la elección en el Conapred podría tener un “sesgo de desigualdad”, señala Arcelia García. La abogada resalta los obstáculos para desarrollar habilidades como el liderazgo. Pues, en general, la participación política de las mujeres en México es constantemente obstaculizada.
Una de las violencias más notorias en las comunidades indígenas es en el ámbito político, según Naxhielly Espíndola, pasante de estudios latinoamericano por la UNAM. Es decir, pocas veces están en puesto de toma de decisiones. Eso atrasa el desarrollo de competencias de liderazgo.
El trabajo domestico y de cuidados, que sigue recayendo principalmente en las mujeres, también les aleja de los procesos que deciden el rumbo de sus comunidades. Pero si logran ocupar un cargo, muy probablemente no podrán ascender. Techo de cristal, le han llamado algunas.
A crear sus propios caminos
“La discriminación ha sido estructural. Empresas y gobiernos han maltratado a la gente que viene de los pueblos, que calza huaraches, que trae sus huipiles”, reprocha la diputada Irma Juan Carlos. En ambos espacios laborales “hay barreras sociales, económicas, culturales e incluso políticas”, que impiden que tengan trabajos dignos.
“Cuando pienso en iniciativa privada se viene a mi mente las grandes empresas familiares. Es muy complicado que una mujer indígena consiga un alto puesto ahí, porque el legado familiar determinará los cargos. No sé, por ejemplo, Grupo Salinas”, comenta Naxhielly Espíndola.
Muchas mujeres indígenas lo tienen claro y por ello optan por construir desde otros espacios, como las organizaciones sociales. Además “es mucho más congruente políticamente”.
Definitivamente, las barreras sociales, económicas, culturales e incluso políticas les hace el camino más complicado. Sin embargo, cada vez más mujeres indígenas están haciéndose visibles, estando presentes y aportando con su conocimiento y sus formas distintas de trabajar, más conscientes de las desigualdades y por ello, con más afán de erradicarlas, coinciden las tres.
En Factor Capital Humano