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Los jóvenes piden justicia climática

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En La Vanguardia

Desde que recibió la noticia de que Madrid acogería la cumbre del clima de las Naciones Unidas (COP25), Rubén Gutiérrez pasó tres noches sin dormir. Él es uno de los miembros más activos en movimientos ecologistas como Extinction Rebellion y Fridays For Future. El motivo de su insomnio: el reto de organizar una cumbre alternativa, que los movimientos sociales han decidido llamar “cumbre social por el clima”, y de hacerlo además en tiempo récord. Las contracumbres son acontecimientos autogestionados que se han convertido ya en una tradición cada vez que hay programado un acto internacional de esta magnitud. Pero, al menos en el caso de las del clima, suelen contar con un año de margen para su preparación. De hecho, ya estaban en ello los movimientos de Chile, donde se debía celebrar la COP25 antes de que la agitación popular propulsara el traslado del acontecimiento a Madrid. Incluso con España como nueva anfitriona, Chile mantiene la presidencia, y lo mismo ha decidido hacer el tejido asociativo madrileño con su cumbre alternativa, en la que se dará protagonismo a los movimientos chilenos.

Mientras en Ifema las élites políticas ultiman la letra pequeña del acuerdo de París, los grupos ecologistas y asociaciones de la Alianza por el Clima, los independientes y los movimientos extranjeros marcharán en favor de un clima estable el día 6 de diciembre y se reunirán entre el 7 y el 13 en la Universidad Complutense de Madrid. Aunque algunos de ellos estarán también presentes en una zona dedicada al tercer sector de la COP oficial, la contracumbre pretende resaltar aún más el papel de la sociedad en el desafío climático. “En un momento en que venimos de una trayectoria de cumbres climáticas inoperativas, este movimiento —que se lleva organizando décadas, pero que concretamente en el último año ha cogido muchísima fuerza— ve necesario crear espacios de autoorganización para estrechar lazos internacionales”, se justifica Rubén Gutiérrez.

El motor que ha llevado a esta creciente movilización contra el calentamiento del planeta es el principio de justicia climática. Los activistas exigen que se asuman responsabilidades para abordar una crisis que compromete sus recursos propios y que amenaza con forzar el desplazamiento de hasta mil millones de personas en los próximos 50 años, según estima la ONU. Y es una cuestión de justicia tanto en lo que respecta a las causas como a las consecuencias. En el 2015, un informe de Oxfam reveló que sólo el 10% más rico de la población es responsable de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero generadas a escala global. Al mismo tiempo, ocurre que quienes menos han contribuido al calentamiento son precisamente los más susceptibles de sufrir sus implicaciones. Desde una mirada global, “hay unas regiones netamente perdedoras, como las intertropicales o la mediterránea, mientras que hay otras netamente ganadoras, que en general coinciden con aquellas más emisoras: las regiones septentrionales. Y todo ello viene atravesado por elementos de clase, étnicos, de origen, de género…”, explica Luis González Reyes, autor de En la espiral de la energía y miembro de Ecologistas en Acción.

El 10% más rico de la población es responsable de la mitad de los gases de efecto invernadero

En general, los estratos más bajos son los primeros en verse afectados por la crisis ecológica, y el mapamundi de revueltas que han brotado como reacción a la subida de los precios (o del impuesto) del carburante –como las de los chalecos amarillos en Francia– lo pone de manifiesto. “Durante todo el siglo XX, que era un escenario de crecimiento sostenido en el que había cada vez más y la tarta era cada vez mayor, podíamos tener un reparto desigual de la tarta, pero, de alguna manera, le tocaba algo a todo el mundo. Pero en el siglo XXI lo que vamos a tener es decrecimiento sostenido, entonces esas políticas no valen, porque no va a haber goteo que vaya llegando. Así que, o incidimos en el reparto, o lo que tendremos es amplias capas que van a estar excluidas de unos mínimos de consumo material y energético para vivir de forma digna”, advierte González Reyes.

Además de una justicia entre clases, el desafío climático suscita un reclamo por una justicia entre generaciones. A sus 22 años, Lucas Barrero ha publicado su primer libro, titulado El mundo que nos dejáis. “Las generaciones anteriores han tenido un ritmo de vida desmesurado que ha ayudado a multiplicar las emisiones de gases invernadero”, sostiene este estudiante y activista en Fri­days For Future, aunque aclara que “tampoco se puede culpar a nuestros mayores porque han sido presos de un sistema de consumo. Ahora lo justo es que nos apoyen en la lucha que estamos protagonizando los jóvenes para vivir conforme a los límites planetarios”.

El principio de justicia climática atiende a un criterio de equidad en el reparto de esfuerzos. “Se trata de que las emisiones se distribuyan equitativamente, pero esto no significa por igual”, alega Carmen Velayos, profesora de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Salamanca. “Si introducimos los deberes históricos, los países que llevamos más tiempo emitiendo deberíamos tener menos habilitaciones (derechos de emisión) que los que llevan poco tiempo, como China o India”, juzga esta investigadora. Ella defiende el modelo de “contracción y convergencia”: fijar una fecha límite hasta donde el planeta se puede permitir continuar emitiendo (por ejemplo, el 2050) para que se produzca la convergencia. “Así se da margen a que los países más empobrecidos puedan expandirse, mientras que otros necesariamente nos tendríamos que contraer”.